Escrito por rn ago 19, 2012 en Blog, HIstoria y Arqueología | 0 comentarios

Cosmogonía antigua

Desde el principio de los tiempos el ser humano se ha visto impelido a examinar las estrellas buscando respuestas, nuestros ancestros entendian que formaban parte de un ecosistema universal y que el curso de los astros y galaxias no era indiferente al devenir de su vida cotidiana en la Tierra, en ocasiones con una relación muy directa. Este  es un elemento común en todas las grandes civilzaciones: estudiaban seriamente las implicaciones de la posición de la Tierra en el firmamento. Desde las tradiciones orales de los pueblos indígenas de Norteamérica y Sudamérica hasta registros de las culturas de la antigua India, el Tíbet y Centroamerica identificaron puntos claves en la trayectoria de nuestro planeta por el espacio, asi como patrones en las estrellas que nos indican cuándo llegamos a esos puntos.

INTRODUCCIÓN

LA OBSERVACIÓN del cielo ha sido un fenómeno universal, por lo que todas las grandes civilizaciones del pasado crearon complejas explicaciones sobre el Universo y los distintos eventos que en él ocurren. La mayoría del conocimiento así generado se ha perdido para el hombre occidental, pues al ser nuestra cultura heredera directa del saber griego, sólo estamos familiarizados con los logros de esa civilización, así como con el conocimiento astronómico surgido entre los sumerios, pues los griegos tomaron gran parte de esa información, la hicieron suya, y la trasmitieron al mundo occidental.

En el presente capítulo se hace una síntesis de los principales logros que en el terreno astronómico consiguieron algunas de las grandes civilizaciones de la antigüedad, incluyendo a las dos más representativas (o quizás debamos decir más estudiadas) que hubo en lo que hoy es el territorio mexicano. Siguiendo la temática principal de este libro, se hace énfasis en las ideas y modelos que esos pueblos tuvieron sobre la forma del Universo, así como el lugar que en él creían ocupar.

LOS SUMERIOS

Cualquier texto de historia antigua nos dará información amplia sobre los pueblos que hace unos 6 000 años vivieron en la enorme llanura asiática comprendida entre los ríos Tigris y Éufrates, así que no abundaremos en los detalles, únicamente señalaremos que los sumerios, nombre genérico con el que se designa a las diferentes tribus que a lo largo de varios milenios ocuparon esa zona de nuestro planeta, crearon una cultura muy avanzada, siendo los introductores de muchos conceptos que en la actualidad siguen teniendo vigencia.

El estudio de esa rica cultura se ha facilitado porque los arqueólogos han encontrado en las ruinas de sus principales ciudades numerosas tablillas hechas de barro cocido en las que, con caracteres cuneiformes ya descifrados por los especialistas, quedaron registradas las actividades preponderantes de su vida. En la etapa temprana de su civilización el universo sumerio fue poblado por dioses y diosas engendrados por el caos, personificado en Tiamat, la diosa madre, y por Apsu, el dios padre identificado con el océano, y de cuya unión surgieron el hombre y los animales. En una lucha entre Marduk (Júpiter) y las deidades protectoras de Tiamat, éste las aniquiló, incluyéndola a ella. Después partió el cadáver divino en dos: levantando una parte formó el Cielo, mientras que la otra la puso a sus pies y surgió entonces la Tierra. Esta ingenua visión del cosmos se fue complicando al aumentar los conocimientos matemáticos y astronómicos de esos pueblos.

Para los caldeos, herederos culturales de los pueblos sumerios, el Universo era una región completamente cerrada. En su concepción la Tierra se encontraba al centro, flotando completamente inmóvil sobre un gran mar. Siendo esencialmente plana, estaba formada por inmensas llanuras. En su parte central se elevaba una enorme montaña. Conteniendo al mar sobre el que flotaba la Tierra y rodeándolo totalmente había una muralla alta e impenetrable. Ese gran mar era un espacio vedado a los hombres, por lo que se le llamó aguas de la muerte. Se afirmaba que una persona se perdería para siempre si se aventuraba a navegarlo. Se requería un permiso especial para hacerlo, y éste sólo era otorgado por los dioses en muy pocas ocasiones, tal como lo relata la Epopeya de Gilgamesh.

El cielo estaba formado por una gran bóveda semiesférica que descanzaba sobre la ya mencionada muralla. Fue diseñado y construido por Marduk, quien la hizo de un metal duro y pulido que reflejaba la luz del Sol durante el día. Al llegar la noche, el cielo tomaba un color azul oscuro porque se convertía en un telón que servía de fondo a la representación que hacían los dioses, identificados con los planetas, la Luna y las estrellas. Es en esta cultura donde surge la idea de un cosmos con forma hemisférica, concepción que será retomada por muy diversos conglomerados humanos en diferentes épocas y lugares.

Para explicar la sucesión del día y la noche supusieron que la mitad de aquella muralla era sólida, mientras que la otra era hueca y tenía dos aberturas opuestas. En la mañana la que se encontraba al este era abierta y Shamesh, el dios solar, salía a través de ella conduciendo una gran carroza tirada por dos magníficos onagros. El disco solar visto por los hombres era una de las brillantes ruedas doradas de ese carruaje. Con vertiginosa velocidad Shamesh arriaba a los onagros cruzando el cielo a lo largo de una trayectoria circular bien definida. Cuando empezaba a atardecer, Shamesh disminuía su ímpetu y lentamente iniciaba el descenso, entrando por la puerta oeste de la gran muralla. Al crepúsculo esa puerta era cerrada, llegando así la oscuridad. Toda la noche la carroza se desplazaba dentro de una inmensa caverna para emerger de ella a la mañana siguiente, cuando era abierta nuevamente la puerta del Este, dando así lugar a otro día.

Unos 4 000 años atrás los sacerdotes sumerios hicieron mapas celestes, y dividieron el cielo en constelaciones. También formaron los primeros catálogos estelares y registraron los movimientos planetarios. Construyeron calendarios y pudieron predecir los eclipses de Luna. Se han encontrado diversas tablillas de barro cocido en las que fueron trazados tres círculos concéntricos, divididos en 12 partes por igual número de rayos. En cada una de las 36 secciones así obtenidas se encuentra el nombre de un agrupamiento particular de estrellas o constelación, acompañado por una serie de números simples cuyo significado aún no ha sido descifrado. Hasta donde se ha podido establecer, éstos son los primeros mapas celestes hechos con fines prácticos y no como mera representación del cielo.

Los caldeos miraron el firmamento pensando que los cuerpos celestes habían sido puestos ahí por los dioses para el beneficio humano, y que el propósito de su presencia era dar indicaciones sobre la fortuna de individuos y naciones. Las estrellas y los planetas  fueron vistos como portadores de misteriosas influencias que los hombres podrían leer adecuadamente estudiando su desplazamiento. Por esa razón los llamaron interpretes de los dioses. Esta concepción convirtió a los caldeos en verdaderos observadores del movimiento de los cuerpos celestes, comportamiento que los diferenció de otras culturas antiguas, pues no sólo se dedicaron a ver e interpretar, sino que fueron capaces de medir. Esa actitud dio origen a la pseudociencia conocida como astrología; sin embargo, del estudio de los movimientos planetarios hechos por los caldeos surgió también la ciencia de la astronomía.

Al estudiar la bóveda celeste los astrónomos caldeos construyeron tablas planetarias donde anotaron cuidadosamente las estaciones y retrogradaciones,ya que esos datos eran elementos básicos para determinar el curso de los planetas por la bóveda celeste. Gracias a ese tipo de estudios fueron capaces de diferenciarlos de las llamadas estrellas fijas. .Como el estudio del movimiento requiere del manejo del espacio y del tiempo, tan notables observadores inventaron la medición de esos conceptos e introdujeron el año dividido en meses, días, horas, minutos y segundos. Asimismo, dividieron la semana en siete días, cada uno de ellos asociado a un cuerpo celeste: el Sol (domingo), la Luna (lunes), Marte (martes), Mercurio (miércoles), Júpiter (jueves), Venus (viernes) y Saturno (sábado). Además, como consecuencia de su determinación del año solar de 360 días (más cinco de ajuste), dividieron angularmente el círculo en 360 grados, introduciendo también la división del grado en 60 minutos de arco (‘) y éste a su vez en 60 segundos de arco(“).

Ese tipo de mediciones permitieron que los caldeos pudieran determinar las estaciones y retrogradaciones de los planetas, así como calcular su salida y ocaso. También calcularon las fechas en que algunas constelaciones aparecían o desaparecían por puntos notables del horizonte. Igualmente pudieron conocer con antelación el acercamiento de cada planeta a las estrellas más brillantes localizadas dentro de una franja del cielo única y bien determinada, zona en la que advirtieron los movimientos del Sol y la Luna. Por estas peculiaridades, los griegos llamaron eclíptica al plano central de esa banda.Fueron ellos también quienes bautizaron a la mencionada franja como el zodiaco.1

Los caldeos dividieron esa región en 12 zonas diferentes, e identificaron a cada una de ellas con un grupo particular de estrellas. En esos agrupamientos o constelaciones delineados por los astros más brillantes de cada región creyeron ver figuras relacionadas con sus ideas mitológicas. Según tablillas con escritura cuneiforme localizadas en el valle del Éufrates, y cuya antigüedad se remonta hasta el año 600 a.C, los nombres de esos grupos estelares fueron el Carnero (o mensajero), el Toro del cielo (o toro que va adelante), los Grandes gemelos, el Trabajador del lecho del río, el León, la Anunciadora de la lluvia, el Creado a la vida en el cielo, el Escorpión del cielo, la Cabeza de fuego alada, el Pez-cabra, la Urna y el Sedal de pesca con el pez prendido.

De esa división arbitraria del camino aparente que sigue el Sol en la bóveda celeste provienen los 12 signos del zodiaco que hemos heredado, y que en la actualidad son: Aries (el carnero), Taurus (el toro), Géminis (los gemelos), Cáncer (el cangrejo), Leo (el león), Virgo (la virgen), Libra (la balanza), Escorpio (el escorpión), Sagitario (el flechador), Capricornio (la cabra), Acuario (el aguador) y Piscis (los peces). Siguiendo una tradición milenaria, los astrónomos han continuado utilizando esos nombres para las constelaciones eclípticas, de igual manera que han conservado los nombres de los días de la semana y la división sexagesimal de grados, horas, minutos y segundos.

Mucho se ha escrito sobre los conocimientos astronómicos logrados por los habitantes de Mesopotamia, pero para los propósitos de este libro pensamos que lo mencionado es suficiente, por lo que no abundaremos más sobre otros notables logros científicos de aquella importante civilización.

COSMOGONÍAS DE OTROS PUEBLOS DE ASIA

La visión egipcia

Los egipcios, constructores de gigantescas pirámides, bellos templos y magníficas esculturas fueron un pueblo que durante su largo periodo de desarrollo cultural no mostró mayor interés en las especulaciones filosóficas, teniendo más bien una fuerte disposición hacia lo práctico. Contemporáneos de los diversos grupos que vivieron en Mesopotamia, tuvieron una actitud diferente hacia la astronomía, usándola sobre todo como base de su medida del tiempo, lo que les permitió desarrollar un calendario civil que, si no fue muy complejo astronómicamente, sí fue el más avanzado de los utilizados en la antigüedad.

Tal actitud muy probablemente se debió a que los sacerdotes centraron su atención en el más allá, haciendo del culto a los muertos una verdadera religión. Aunque los egipcios no formularon teorías acerca del Sol y la Luna, ni tuvieron ideas específicas sobre el movimiento de los planetas, se sabe que tuvieron sus propias constelaciones formadas por grupos conspicuos de estrellas brillantes. Sin embargo los registros fueron muy vagos y se han perdido. En la actualidad solamente se sabe que, con las estrellas del hemisferio norte, la única constelación que formaron fue la del Arado, ahora llamada Osa Mayor.

Egipto es un país que desde sus orígenes se formó y desarrolló a lo largo del río Nilo, que corre paralelo a la costa del Mar Rojo. Esa clara forma de rectángulo fue muy probablemente la causa de la teoría de que el mundo era alargado, como una caja rectangular. En sus representaciones más primitivas del cosmos ya aparece esa forma. Así, en el papiro funeral de la princesa Nesitanebtenhu, sacerdotisa de Amón-Ra que vivió unos 1 000 años a.C., así como en algunas paredes de tumbas y templos, han sido encontradas representaciones simbólicas de un universo alargado (figura 3). En el mencionado papiro, el cielo es el cuerpo de la diosa Nut, quien adoptando una incómoda posición en la que se apoya solamente con pies y manos1cubre con su alargado cuerpo a Shibu, la Tierra, representada abajo de Nut reposando sobre su costado izquierdo, mientras que el dios del aire Shu está entre ambos, ayudando a sostener a Nut en su difícil pose. Hay otras variantes de esta representación. En algunas se mira el cuerpo de Nut cubierto de estrellas, y sobre él se desplazan el Sol y la Luna en dos pequeños botes.

Figura 3. Sección de un papiro egipcio que muestra una de las variadas representaciones de la diosa Nut como la bóveda celeste.

 

Sin embargo, esta representación del Universo resultó tan elemental para una civilización tan avanzada, incluso desde el punto de vista de una cosmogonía religiosa, que posteriormente la modificaron. Fue así que consideraron que el mundo tenía forma de caja rectangular, con un eje mayor orientado de norte a sur, mientras que el menor quedaba en dirección este-oeste. Pensaron que la Tierra era el fondo plano de la caja, y que en ella alternaban las tierras y los mares. Egipto se encontraba al centro de ese plano, mientras que en la parte superior de la caja estaba el cielo, formado por una superficie metálica plana sostenida por cuatro grandes montañas localizadas en los extremos de la caja. Finalmente, y ante la evidencia observacional, no pudieron negar lo que indicaban sus sentidos sobre la forma del cielo, por lo que terminaron por aceptar que éste era en realidad una superficie convexa en donde había un gran número de agujeros de los que colgaban las estrellas suspendidas por cables. Para los egipcios de aquella época los astros eran fuegos alimentados por emanaciones que se formaban y subían desde la Tierra, y que no eran visibles durante el día porque solamente se encendían por la noche. Las cuatro montañas que sostenían el cielo se unían entre sí en su parte más baja, formando una pared rocosa que rodeaba al mundo. Al Sol, encarnación del dios Ra, se le representaba por un disco de fuego que se desplazaba por el firmamento flotando en una barca.

De acuerdo con los más antiguos mitos egipcios, la Vía Láctea había sido hecha por Isis, quien la construyó regando una gran cantidad de trigo en el firmamento. Posteriormente fue considerada como el Nilo Celeste, el río sagrado que cruzaba el país de los muertos. La diferencia de altura que el Sol alcanza sobre el horizonte entre el verano y el invierno fue explicada por los egipcios haciendo una analogía con lo que le sucede al río Nilo en esas dos temporadas. Sostenían que cada verano el río celeste se desbordaba, de igual manera que su contraparte terrestre, ocasionando que la barca de Ra abandonara su lecho y quedara más próxima a Egipto.

Todo ese esquema del mundo nada tenía que ver con teorías acerca del Sol y la Luna, ni contenía ninguna idea específica sobre el movimiento planetario. La falta de interés de los sacerdotes egipcios por la naturaleza física del Universo se explica puesto que en su concepción religiosa no eran fundamentales los pronósticos astrológicos. Por esto no especularon respecto a la posible naturaleza de los planetas y se concentraron en el mundo espiritual. Así se marcó la diferencia entre la astronomía y las concepciones cosmogónicas manejadas por sumerios y egipcios.

El cosmos hindú

Para los pensadores de la antigua India la astronomía fue más que una disciplina observacional o una filosofía sobre la creación y destrucción del cosmos. En las ruinas de las ciudades habitadas por los pueblos indostánicos no se han encontrado vestigios de observatorios astronómicos, ni hay indicación clara de que los hindúes hayan elaborado catálogos estelares como los de otras civilizaciones de la antigüedad. El estudio de los movimientos planetarios tampoco parece haber despertado mayormente su interés. Todo indica que la observación de las estrellas fue hecha por los astrónomos hindúes únicamente con el propósito de tener puntos a los cuales referir sus estudios de los movimientos del Sol y de la Luna, lo que les permitió determinar en forma práctica un calendario lunar de 12 meses de 29.5 días cada uno. La discrepancia entre éste y el año solar (365 días) lo solucionaron intercalando un mes extra cada 30 lunaciones.

En cuanto a su concepción del cosmos se conocen dos interpretaciones originadas probablemente en tiempos muy diferentes y por sectas religiosas distintas. La más conocida y quizá la más antigua, es aquella en que se consideró que Brahma, por un acto de pensamiento, dividió el huevo primigenio en dos y formó con una mitad el Cielo y con la otra la Tierra. En ese esquema el Universo era una entidad cerrada, contenida por los anillos de Sheshu, la cobra negra, animal sagrado para ese pueblo. En el fondo de todo había un mar de leche rodeado completamente por parte del cuerpo de esa serpiente. En el lácteo océano nadaba una enorme tortuga, sobre cuyo caparazón se apoyaban cuatro elefantes, cada uno localizado hacia un punto cardinal. A su vez, estos animales sostenían sobre sus lomos a la Tierra, formada por un disco simétrico donde, con una pendiente primero suave y después brusca, se formaba una gran montaña central. En la parte alta de ésta había un gigantesco fuego que al girar en torno a ella ocasionaba el día y la noche. La misma cobra que rodeaba y contenía al mar de leche, formaba con la parte superior de su cuerpo otro anillo que contenía a la bóveda celeste.

Cuando en el siglo VI a.C. se originó el jainismo, religión fundada por Vardhamana Mahavira en contra del ritual introducido en los textos sagrados llamados Vedas, una de las ideas rechazadas fue la del dios creador. Como consecuencia, los seguidores de esta nueva religión introdujeron el concepto de dualidad cósmica para dar una explicación satisfactoria del Universo. Sostenían que la Tierra estaba formada por una serie de anillos concéntricos, alternándose tierras y mares. El círculo interior denominado Jambudvipa estaba dividido en cuatro partes iguales, teniendo a la montaña sagrada Meru en su centro. La India se localizaba en el sector más al sur. El Sol, la Luna y las estrellas describían trayectorias circulares alrededor de esa montaña, moviéndose en forma paralela a la Tierra. De acuerdo con este modelo, el Sol, al girar en torno a Meru debería iluminar en forma sucesiva cada cuadrante, pero ya que el día duraba 12 horas, el Sol podría iluminar solamente dos de éstos cada 24. Para resolver esta incongruencia introdujeron dos soles, dos lunas y dos conjuntos de estrellas. Éste fue su principio de dualidad cósmica.

Evidentemente ese modelo no tenía ninguna relación con el mundo físico, y era resultado de una mera interpretación filosófica. Sin embargo para los pensadores hindúes cumplía los requerimientos impuestos por su visión religiosa, pues no era entonces necesario confrontarlo con lo observado, situación que se dio prácticamente en todas las culturas antiguas, e incluso durante gran parte de la Edad Media europea.

La Vía Láctea fue considerada por los antiguos habitantes de la India como el camino que tuvo que seguir Arimán para llegar a sentarse en su trono celeste.

Con las particularidades propias impuestas por el medio en que se desarrolló la cultura hindú, sus explicaciones sobre los objetos cósmicos no difieren mayormente de los que elaboraron egipcios y caldeos. Sin embargo, en el aspecto conceptual introdujeron un idea nueva: la regeneración y destrucción cíclica del Universo. Para resolver la contradicción filosófica surgida, por un lado, de admitir que aquél era eterno, y por el otro la de observar la temporabilidad de sus partes, recurrieron a la hipótesis de la periodicidad de todos los acontecimientos. “La evolución, enseñaron los hindúes, se cumple en periodos cuya ilimitada y cíclica repetición asegura al Universo su duración eterna.” Como se verá más adelante, la idea de un resurgimiento cíclico a nivel de todo el cosmos ha aparecido en diferentes modelos cosmológicos, tanto antiguos como contemporáneos, y en la actualidad es una de las hipótesis de mayor peso en las explicaciones que sobre el origen de nuestro universo manejan muchos científicos contemporáneos.

El universo de los chinos

Aunque la civilización china tiene gran antigüedad, sólo se tiene información segura sobre su desarrollo histórico a partir del inicio de la dinastía Shang, la cual consolidó su poder hacia el año 1500 a.C.

Los diversos registros dejados por los astrónomos chinos muestran que fueron buenos observadores. Sus catálogos de cometas, eclipses y otros eventos astronómicos confirman que tuvieron un bien organizado grupo de observadores que de manera sistemática y meticulosa realizaron un trabajo muy valioso, tanto, que en la actualidad sigue dando frutos. Utilizando el mismo sistema de coordenadas que ahora manejan los astrónomos para localizar los objetos celestes, pero que fue desarrollado en Occidente sólo hasta el siglo XVII, los chinos determinaron más de 2 000 años atrás las posiciones aparentes de las estrellas de mayor brillo del firmamento. En efecto, alrededor del año 350 a.C. Shih Shen construyó un mapa estelar donde catalogó más de 800 estrellas.

Seguramente en gran medida por su ubicación geográfica, estos observadores orientales no pusieron mayor atención en el estudio de las estrellas de la eclíptica, sino que desarrollaron su sistema de referencia celeste en torno a las constelaciones circumpolares.Alrededor del año 1400 a.C., los chinos ya habían determinado la duración del año solar, estimándola en 365.25 días, mientras que la lunación la fijaron en 29.5 días. La exactitud de estos valores es notable y viene a confirmar la excelencia de los astrónomos chinos.

Las observaciones de los movimientos planetarios también se realizaron en China en forma muy cuidadosa desde fechas muy tempranas. Sin embargo, a pesar de que las realizaron durante periodos considerablemente largos, no formularon ninguna teoría planetaria. Como sucedió en otras civilizaciones, los chinos asociaron a los planetas con los componentes básicos que, según su filosofía, constituían a la naturaleza, así como con los puntos cardinales: Júpiter se asoció con la madera y el Este, Marte con el fuego y el Sur, Saturno con la tierra y el centro, Venus con el metal y el Oeste, mientras que Mercurio quedó ligado al agua y al Norte. Según sus ideas la madera, el fuego, la tierra, el metal y el agua eran los cinco elementos primarios con los que se formó el Universo.

Para los chinos la Vía Láctea fue un objeto cósmico que no requería mayor explicación. Simplemente la llamaron Tian Ho, que significa el Celeste Ho, siendo la contraparte cósmica del río Ho o Amarillo. Por su aspecto blanquecino consideraron que estaba hecha de seda. En el aspecto práctico los chinos establecieron una conexión entre la Vía Láctea y el agua de lluvia, ya que cuando en China tiene mayor esplendor ese objeto celeste, es cuando la época de lluvias alcanza su máxima intensidad.

Las concepciones filosófico-religiosas desarrolladas en China no consideraron a los objetos cósmicos como dioses que determinaran los destinos humanos, y aunque sí tuvieron astrología y un equivalente al zodiaco formado por 28 casas, en lugar de los 12 signos originados en Mesopotamia, fue diferente de la surgida en la región comprendida entre el Tigris y el Éufrates.

Los cálculos astronómicos chinos fueron más bien de tipo algebraico, ya que no contaron con una geometría teórica desarrollada como la que hubo en Grecia. Esa falta de visión favoreció que no tuvieran una imagen intuitiva de la estructura geométrica del cosmos.

La idea cosmogónica más antigua originada en China aseguraba que el Universo estaba formado por el Cielo de forma esférica, y por la Tierra, que era un cuenco con su abertura hacia abajo. Sus bordes o límites eran aristas lineales que en realidad le daban forma de un cuadrado convexo. Alrededor de ella había un gran océano en el que se hundía el firmamento. El Cielo y la Tierra se sostenían en su sitio por virtud del aire atrapado debajo de ellos. Consideraban que la bóveda celeste era de forma irregular, más elevada al sur que al norte, por lo que el Sol, que rotaba junto con ese hemisferio irregular, era visible cuando se encontraba al sur, e invisible cuando ocupaba el norte de ese cielo deformado. Aunque el Sol, la Luna y los planetas se movían junto con el firmamento, también tenían movimientos propios. Aseguraban que el Cielo se encontraba 80 000 li por encima de la Tierra, lo que con nuestras medidas equivaldría a unos 43 kilómetros.

Posteriormente, alrededor de la segunda centuria antes de nuestra era modificaron algo este modelo, asegurando que el cosmos era un esferoide de unos 2 000 000 li de diámetro, aunque en realidad era 1 000 li más corto en dirección norte-sur que en la este-oeste. Según se sabe, el astrónomo Chang Heng del siglo I afirmaba que el Universo era como un huevo cuya yema sería la Tierra, que descansaba sobre agua, mientras que el Cielo, sostenido por vapores emanados del océano, equivalía al cascarón.

En un tercer modelo se aseguraba que el Universo era infinito y que carecía de forma y sustancia, encontrándose en él únicamente la Tierra, el Sol, la Luna, los planetas y las estrellas, todos flotando libremente. En ese universo los cuerpos celestes no estaban sujetos a nada, y se movían en él por acción de fuertes vientos. Aunque sin ningún fundamento observacional, este último modelo cósmico de los chinos fue el resultado de una verdadera abstracción, lo que lo ubica en un plano diferente del de todos los otros que hasta aquí se han comentado.

LOS GRIEGOS Y SU PRIMERA VISIÓN DEL COSMOS

La principal fuente para conocer las ideas cosmogónicas de los primitivos griegos es la Teogonía, libro escrito por Hesíodo hacia el año 800 a.C. Este texto es una detallada genealogía de los dioses que poblaron el Olimpo, sin embargo, marginalmente informa sobre la visión que de la Tierra y de la creación cósmica tuvieron esos pueblos.

En esa obra claramente influida por ideas orientales previas, Hesíodo dice que el Caos (el abismo) fue la condición primordial del Universo. Del Caos proviene todo lo creado. En él se encontraban amalgamados todos los elementos que configuraban una masa informe. Luego vinieron Gea (la tierra), Tártaro (el mundo subterráneo) y Eros (el amor). Este último fue el elemento activo o fuerza vital que atrae a los seres, siendo el principio universal de la vida.

Del Caos se generó una pareja de hermanos tenebrosos: Érebo, el aire oscuro y la noche (de su unión surgió la luz en forma de Éter luminoso), y Hemera, el día.

Gea procreó igual a sí misma primeramente a Urano, para que la cubriera toda y fuera el apoyo de los dioses. Creó también a las montañas y al mar, que surgieron de ella y ocuparon parte de su superficie.

Es en este mito narrado al principio de la Teogonía donde se encuentra el primer modelo cosmogónico de los griegos. A partir de la masa informe y oscura que era el Caos se generó la Tierra, a la cual imaginaron como un disco plano, bajo el cual se encontraba el Tártaro o mundo subterráneo. Urano, que era el Cielo donde se encontraban las estrellas, la rodeaba por completo. Claramente esta visión tan simple del Universo no tuvo ningún soporte observacional, así que no difiere en lo esencial de otras cosmogonías surgidas durante la antigüedad. Como un mito, sirvió de apoyo a la interpretación que los primitivos griegos hicieron de su mundo, el cual se encontraba poblado de dioses y semidioses que convivían cotidianamente con los hombres. Esta interacción podía ocurrir en cualquier momento y nivel de su existencia, sin que tuviera un carácter extraordinario. Como ejemplo de esa interrelación se tiene el mito sobre el nacimiento de Hércules, donde incidentalmente se explica la existencia de la Vía Láctea.

Zeus, el dios griego por excelencia, tuvo por esposa legítima a Hera, pero se unió frecuentemente con otras diosas y con diversas mortales, engendrando así a dioses y semidioses que poblaron el panteón helénico. Hera, extremadamente celosa, siempre trató de castigar las infidelidades de su divino esposo. En una ocasión Zeus engañó a la fiel Alcmena, pues tomó la forma de su marido Anfitrión, y engendró en ella a Hércules, el poderoso héroe. Hera, disgustada por ese desliz, trató de asesinar al recién nacido enviándole dos serpientes, pero Hércules se encargó de estrangularlas con una sola mano. Zeus, enojado por la acción de su esposa, tomó al pequeño Hércules y, mientras Hera dormía plácidamente en el Olimpo, lo acercó a sus pechos para que mamara la leche divina que lo haría inmortal. Hera despertó sobresaltada y al ver lo que ocurría quitó violentamente al infante de su seno, pero no pudo evitar que su pecho arrojara todavía algunos chorros de leche, los que al regarse por la bóveda celeste dieron origen a la Vía Láctea (figura 4).

Otras bellas leyendas similares a ésta sirvieron a los primitivos griegos para explicar la existencia de estrellas tales como Cástor y Pólux, grupos estelares como el de las Pléyades o constelaciones como Orión y Hércules. Los planetas entonces conocidos fueron asociados con algunos de sus principales dioses. En esas tempranas etapas de su desarrollo no estudiaron los movimientos de los cuerpos celestes, mucho menos trataron de entender sus causas. Sus conocimientos astronómicos no fueron en realidad diferentes conceptualmente de los de otros pueblos de la antigüedad, pero sí tomaron de ellos un conjunto importante de ideas astronómicas, especialmente de sus vecinos, los caldeos y los egipcios. Esos conocimientos fueron utilizados por los griegos con fines prácticos relacionados fundamentalmente con la determinación de los ciclos agrícolas, y con el cálculo de una correcta orientación para los viajeros marítimos y terrestres.

 
Figura 4. Grabado medieval que ilustra el mito griego sobre el origen de la Vía Láctea.

LOS PUEBLOS MESOAMERICANOS

El estudio de las civilizaciones americanas ha mostrado que entre el año 1000 a.C. y el pasado siglo XVI surgieron en Mesoamérica diversas culturas, alcanzando algunas de ellas un notable grado de desarrollo. Entre los pueblos más notables de esta parte del mundo deben ser considerados los mayas y los aztecas. Los mayas fueron consumados observadores de los astros, lo que les permitió determinar con precisión diversos ciclos celestes, como el lunar o el del planeta Venus. Además fueron capaces de determinar la ocurrencia de eclipses. En el terreno práctico lograron establecer la duración verdadera del año con una exactitud no alcanzada por ninguna otra cultura previa a la actual.

Los mayas, grandes astrónomos de América

Hasta ahora sólo se conocen fragmentos de cuatro códices mayas previos a la Conquista. De ellos, el Dresde, que ha sido parcialmente descifrado, ha resultado ser un libro que contiene efeméridessobre los movimientos de Venus, así como información acerca de cierto número de eclipses. Otro de esos códices, el Madrid, muestra el importante papel que los astrónomos tuvieron entre los mayas.

Desgraciadamente la destrucción de libros de esta cultura ordenada por fray Diego de Landa durante el siglo XVI privó a los estudiosos de gran cantidad de valiosos documentos, que seguramente habrían ayudado a entender la visión que del mundo tuvieron esos pueblos. Existe una teogonía maya, fundamentalmente conocida por medio del Popol Vuh, libro escrito después de la Conquista y en el que se relata el origen del hombre, así como la creación y destrucción cíclica del mundo, idea que también aparece en otras culturas de Mesoamérica.

A pesar de los grandes avances astronómicos y matemáticos logrados por los mayas, hasta donde se ha podido establecer, dichos conocimientos no reflejan de forma directa su visión sobre la estructura del cosmos, por lo cual los especialistas han tenido que recurrir al estudio de los patrones culturales de los descendientes actuales de esa civilización, y muy especialmente al grupo de los lacandones, quienes han logrado mantener su identidad más o menos intacta en los últimos 500 años. De esa forma han podido obtener una idea de cómo concebían los mayas el Universo, el cual dividían en tres niveles superpuestos. El superior correspondía al Cielo, que se encontraba dividido en 13 capas. El Sol, la Luna y Venus tenían cada uno su propia capa. El segundo nivel era el de la Tierra, formada por una plancha plana que flotaba sobre agua y que era sostenida por un monstruo acuático. La Tierra a su vez se dividía en cuatro rumbos, en cada uno de los cuales se encontraba una ceiba (el árbol sagrado), un pájaro cósmico y un color. Finalmente el tercer nivel estaba formado por el Inframundo, constituido por nueve capas. La Vía Láctea desempeñaba un papel importante en la unión de los tres niveles, ya que la imaginaban como el cordón umbilical que unía al Cielo y al Inframundo con la Tierra.

Esta visión de un universo formado por capas sobrepuestas difiere radicalmente de cualquier otro modelo cosmogónico concebido por las antiguas culturas asiáticas y europeas, y es original de los pueblos desarrollados de América. Debe señalarse que en el modelo de los mayas la Tierra no ocupaba un lugar privilegiado; además, debido a las capas que lo conformaban, no pensaban que la Tierra pudiera ser el centro del Universo, pues hasta donde se ha podido establecer, ese modelo realmente no lo tenía.

El Pueblo del Sol

Los aztecas fueron la última gran civilización mesoamericana previa a la Conquista, la cual truncó su desarrollo. A pesar de haber sido contemporáneos de los europeos que vinieron al Nuevo Mundo durante el siglo XVI, su cultura desapareció de forma tan rápida y completa que en la actualidad es bien poco lo que con seguridad se sabe sobre la forma de pensar de esos habitantes del altiplano mexicano.

Herederos de los mitos y patrones religiosos de las civilizaciones que les antecedieron, los aztecas se convirtieron en el siglo XIV en los grandes conquistadores de Mesoámerica, ampliando considerablemente sus conceptos culturales originales. A principios del siglo XVI las concepciones filosóficas de los aztecas eran realmente complejas, pero al igual que sucedió con sus predecesores, el modelo cósmico que tenían sólo nos ha llegado mediante referencias indirectas y en forma incompleta. Sabemos por ejemplo que Netzahualcóyotl, el gran rey sabio que gobernó Texcoco a mediados del siglo XV, mandó construir un templo al “dios desconocido”, “el que no tiene nombre, el que no ha sido visto”. A ese respecto el historiador Fernando Alva Ixtlilxóchitl dice que le edificó un templo muy suntuoso, frontero al templo mayor de Huitzilopochtli, el cual además de tener cuatro descansos, el cu y el fundamento de una torre altísima, estaba edificado sobre él con nueve sobrados, que significaban nueve cielos; el décimo, que servía como remate de los otros nueve sobrados, era por la parte de afuera matizado de negro y estrellado.

En esta descripción volvemos a encontrar el modelo de capas ya comentado, aunque en forma velada y evidentemente modificado. Relatos similares a éste han permitido saber que los sacerdotes aztecas y los de otros grupos de origen náhuatl concebían al Universo formado por capas, cada una de las cuales contenía un tipo particular de objeto celeste. Arriba de la capa correspondiente a la Tierra se encontraba situada la Luna. Sobre ella y ocupando otra capa se movían las nubes. Las estrellas, el Sol y Venus lo hacían también, cada uno en su propia capa.

Referente a la Vía Láctea se sabe que los aztecas la llamaban Mixcóatl Ohtli, lo que significa “nube en forma de culebra”, y la consideraban como la madre de todas las estrellas.

Los pueblos náhuatl que actualmente habitan la parte norte de la sierra de Puebla tienen la siguiente leyenda sobre la Vía Láctea y el origen de las estrellas: Hace mucho tiempo, tanto que no se sabe cuánto, lo único que había en el cielo por las noches era la Luna y Mixcóatl Ohtli, una serpiente preciosa de cristal. La Luna era muy caprichosa como ahora todavía lo es: unas veces alumbraba, otras no; unas veces lo hacía mal; por eso la serpiente de cristal se dedicó a alumbrar constantemente al mundo, en las noches en el Poniente y en las mañanas por el Oriente. A eso se debe que tenía que recorrer constantemente el camino que se ve en el Cielo, y lo hizo tanto que quedó marcado para siempre. Pero sucedió que la Luna, envidiosa de la belleza de la serpiente y del cariño que todos los hombres le tenían, le arrojó una piedra y la serpiente, que no pudo esquivar el golpe, se rompió en muchísimos pedazos. Estos fragmentos se esparcieron por todo el cielo y son los puntos de luz que se llaman estrellas, que hacen tan bellas las noches cuando no hay nubes. La cabeza de la serpiente cayó por el rumbo donde sale el Sol y es el lucero de la mañana; su corazón cayó en el poniente y es el lucero de la tarde.

Para concluir el presente capítulo queremos destacar que aunque cosmovisiones como las de los pueblos chino, hindú o los mesoamericanos no contribuyeron directamente al desarrollo de la ciencia y la cultura del mundo occidental, las hemos mencionado porque además de señalarnos diferencias y coincidencias en la forma de enfocar un problema universal, muestran claramente el interés que siempre ha tenido el hombre por conocer su sitio en la escala cósmica.

Podemos finalizar diciendo que aunque algunos de los modelos cosmogónicos aquí comentados presentaban datos o conceptos novedosos, como el caso de las dimensiones que separaban a la Tierra del firmamento o el tamaño de éste, o bien la creación cíclica del cosmos o la idea del espacio vacío, e incluso el origen mismo del Universo a partir de una mezcla primigenia de elementos, todos ellos fueron producto de la necesidad que tenían los pueblos de adecuar sus ideas religiosas al mundo que los rodeaba, sin que tuvieran prácticamente relación con la realidad observable. Por carecer de una base racional pueden ser considerados solamente como bellas creaciones del intelecto, tal y como sucede con otras tempranas manifestaciones de la cultura, pero de ninguna manera se puede pensar que tengan carácter científico.

MARCO ARTURO MORENO CORRAL  “La morada cósmica del hombre”

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